sábado, 26 de agosto de 2006

Poema carente de poesía

Cautiva de la historia repetida con la desorientación cavernaria pretendo resolver los enigmas de crípticos signos y sonidos. Hubo un día feliz cuando la luz habitó la cueva y me invitó la circunferencia de una rueda a recorrer caminos ignorados.Inicié entonces, la época bárbara:
Adueñarme las distancias.
Mis misterios superados
buscaron otros misterios.
Seguí interrogando en códices
celosamente guardados en la Alejandría
que ya presiento desvastada. Es que yo misma soy lobo estepario.
Más conocimiento poseo, más deseo Descubro el poder de la palabra y la escritura. En un gesto de locura las comparto con aquellos que por siglos doblaron su testa a la voluntad del hado y sus designios Sin intuirlo
entregué el arma poderosa y la plebe las convirtió en libertarias. Cayeron reinos y monarcas y luego las máquinas junto a la vil moneda producida cambió versos por quimeras áureas que por cierto fundaron nuevos reinos. Por poseerlo todo - hasta la verdad menos verdadera -el genio matemático convirtió su credo en guerra
..Hiroshima es una llaga de vergüenza que nos sume a todos en el lodo... En el intento por recuperar el verbo del judío en el Gólgota crucificado se nos aleja sin resurrección posible. Después, la luna, despojada de su esencia comenzó su llanto interminable en nombre de todos los poetas.
Acompañó a la tierra en su gemido adolorado ay! Sus entrañas destruidas por ávidos habitantes de ella misma. Parió la mente humana la globalizada comunicación abriendo arterias insospechadas mucho de lo bueno y más corrupción. Mi delirio de paz se recluye en una nueva cueva llena de confort.Desde aquí vuelvo al principio.
¡Una vez aprendida la lección?

martes, 22 de agosto de 2006

EL PININ


CANTO AL PININ
Este torturado viajero antiguo
ha encallado su custodia verde?:
Entre juncos y totoras,
 sumergido,
un pequeño lago, ha florecido .

Quejumbroso maderamen encinto
balancea su herbario flotante.
Entretanto,
crece en su vientre una pecera
para habitar el barco sin banderas

Diminuto puerto desvencijado;
tierno amarradero de camalotes;
escondrijo de musgos; vívido islote:
aún espero que alguien te reflote.

Mientras tu destino de poeta fluvial
mece leves letanías de ranas,
anónimas legiones de algas
descansan
en la metáfora de tu proa vana.

Sobre tu tibia memoria,
inaugurando pájaros y caracolas
Cual nido gigante, lírica corola,
tu pena se agiganta
y me ahoga.

Corroe tu frente cruel diseño.

Estela anclada crucifica el sueño
del caballero andante de los ríos
ahora, raíz equivocada
dolor mío

Si por ese ojo dormido, la noche
repite tu nombre en son de reproche:
¡Cruje corazón de vasija errante
conociendo tu destino vacilante!

Déjame decirte, oh, mayúscula de cuento
Cómo dueles, despanzurrado cuenco
al timonel, al capitán, verte varado
hambriento de aventuras,
cántaro muerto
carcomida catedral
- Pinín -
pequeño huerto.                                                              


                                                                          Esquina, Corrientes. Febrero de1992

sábado, 19 de agosto de 2006

A Irenemorocha y a Tano donde quiera que esté

Irenemorocha, cansada de sus trasnochadas intelectuales, aborreciendo cada vez más el tediode las obligaciones, sacó las últimas monedasahorradas, para comprar los pasajes y viajar durante sus vacaciones de invierno. Por fin estaría acompañada con sus queridos padres y sus numerosos hermanos .
Al dinero que había ahorrado para algunas extras en tiempo de relaje, prefirió invertirlo en la veterinaria para que le recetara algún somnífero liviano para Tano, su gato marca cualquier cosa.
Su cerebro maquinó mil maneras para que Tanito pudiera estar a su lado sin que lo percibiera nadie.
El esfuerzo fue exitoso.EL viaje se hizo sin sobresaltos.
Descendió del vehículo en la estación de llegada, apuró los trámites de equipaje y antes de los abrazos familiar de bienvenida, liberó a su felino del bolsillo mediano que había emparchado a la ligera en el interior de su abrigo.
Asomó el rollito tierno y peludo (no era Platero) durmiendo su quinto sueño, borracho de droga relajante.
Con temor, Irene, la morocha, pasó en vela el resto de la noche dudando si su mascota dormía o estaba a punto de colapsar.
Cuando el minino abrió con pereza sus glaucos ojos, la muchacha sonrió con su bocaza sensual y se llenó de ternura verlo tambalear sobre sus cuatro patas como si hubiera metido en un barril de vino.
Sintió aliviadas sus dudas funestas, y respiró con satisfacción el aire litoraleño mientras reprimía el sapukay que quedó a medias en su garganta antes de alarmar a todos en la casa.
Fué a, y vino, de todas partes con el gatuno. Se enorgullecía al mostrárselos a sus amigos de tal manera, que comenzaron a mirarla de reojo y con desconfianza.
No le importaba. Tano era su bebé, su abrigo, su dolor de cabeza, su abrigo, su interlocutor. ..

Día de regreso: Búsqueda infructuosa. Tano no aparecía. Tano no apareció...
Con una tristeza larga hasta más allá del horizonte, la joven dejó su pueblo, para regresar a la capital donde volvería a sumergirse en los estudios.
Lloró durante todo el tiempo que duró su viaje. Lloró en el andén de Estación Retiro. Lloró dentro del taxi, Lloró y gimió mientras trabajosamente trataba de abrir la puerta de ingreso a su departemento. Llorando, tiró sus bolsos en cualquier lado, y dio rienda suelta a todo el volumen de su llanto.

... Hace una semana que llora. Inundó su blog con su mar de lágrimas. Estaba llorando cuando entré a él y me enteré de la desgracia.
El llanto de Irene superaba el ciberespacio.De mi computadora comenzó a manar un hilo de agua, que fue aumentando hasta convertir la habitación en un lago.
Como siempre, mi analfabetismo informático no pudo parar el caudal que continuaba saliendo ya como cataratas a pesar de intentar todo los clicks imaginados.
Sentí como mi escritorio y mi silla, conmigo sentada, comenzaron a navegar al mismo ritmo.
El miedo me inutilizaba,pero no hacía más que seguir junto con el escritorio, el rumbo del agua que ya ya en la sala, había decidido girar en remolinos. YA el lago en la sala había llegado a tener más de dos metros y medio de profundidad. En la superficie,nadábamos la silla, el escritotio, la computadora...Me monté sobre la tapa del escritorio,tomé dos aspas del ventilador de techo al que alcancé sin dificultad, y usándolos como remos comencé a batirlos dentro y fuera del vértigo.
Nunca había remado, de manera que no guardaba esperanza alguna de salir de la situación... Sin embargo, mi improvisada nave al aire libre y sin timón zafó del torbellino, y salió rauda hacia el noroeste, dentro de la casa, rumbo al pasillo de ingreso, ahora improvisado canal.
El agua ya casi sobrepasaba la altura de la banderola de la antigua puerta cancel. Hube de agacharme para no romper la preciosa lámpara de opalina que lo iluminaba. A punto de chocar con la puerta de ingreso, alguien la abrió impulsando a la corriente a ganar la calle.
Ahora, la fuerza del agua disminuirá al llegar al exterior, me dije feliz, mirando hacia el cielo para agradecer a Dios.
Al abrirlos,la fuerza del agua corría ahora por la calle, llevándome consigo.. Por encima de los árboles segúia mi paseo, ya no solitario porque todo cuanto encontró a su paso lo fue arrastrando , flotando como papeles indefensos:
El Mercedes Benz de mi vecino, con él adentro; la mucama de la otra cuadra que continuaba impávida blandiendo su escoba como si barriera su vereda; los cajones de frutas y verduras del negocio de la esquina; los chicos en bicicleta que frenéticamente pedaleaban para llegar a la escuela; el carnicero con una ristra de chorizos en la mano y un cuchillo en la otra, aterrorizado por el espectáculo; las ancianitas del Centro de jubilados que habían ido a que las atienda la pedicura... Todos, en una parafernalia de película.
El agua siguió creciendo y tomó el rumbo hacia el caudaloso río mesopotámico, coleccionando cuanto objeto, animal o persona se cruzara en su andar.
Siguiendo su intinto acuático, desembocó en el río que enfureció por la intromisión y comenzó a agitarse presentando batalla.
Nada podíamos hacer.
Como en el juego del antón Pirulero, cada uno atendía su juego.
Yo pédía SOS por mail, pero todos creían que eran una broma y me contestaban estupideces, una peor que otra.
Los escolares seguían pedaleando, el carcnicero trataba de hacer coincidir cuchillo con chorizo mientras, su cliente se había sentado en el mostradoe fumando tranquilamente su cigarro.
La mucama, había apoyado la escoba en su cuerpo, y se hurgaba la nariz con gran interés.
El vecino del Mercedes, había abierto su lap y escribía algo en ella, compartiéndolo con su acompañante.
A nadie parecía interesarle ni preocuparle demasiado la situación.
Yo gritaba desaforadamente para que caigan en la cuenta que nos íbamos sin destino fijo... Al divisarme, me saludaban alegremente levantando su mano y haciendo visera con la otra pues el sol ya era escandalosamente brillante.
Sorteamos meandros, deltas, islas, ciudades, alcanzamos a ver algo que emergía como la punta del obelisco de la Plaza de Mayo, atravesamos un mar barroso y bravío, que supuse el Rio de la Plata y fuimos a dar en la inmensidad universal del océano.
El mar continuó arrastrándonos sin la conciencia de naúfragos días y noches. La única desesperada era yo, al parecer,hasta que llegamos a un puerto con olor penetrante a pescados y mariscos.
Los pescadores detuvieron su trabajo para mirarnos asombrados, pero nadie nos preguntó nada. Aterrizamos sin sentirnos arrojados por el agua. Más bien tuvimos la sensación de que nos depositó con inmenso cuidado.
Comenzamos a movernos como si conociéramos el lugar, con movimientos plásticos, y lentos... Gacelas extrañas en un lugar distinto.
Caminé sin rumbo aparente. Crucé una hermosa ciudad, vivaz y alegre, donde sus gentes hablaban el español con un dejo de gitano, y los numerosos coño!, joer!, oye tú, pringao!, me anoticiaron que estaba en España.
Escalé unas montañas y ya no sentada a la silla de mi escritorio, sino con él a cuestas y mi compu en un bolsillo, elegí la estrecha ruta cuyo cartel decía : a Colmenarejo, 70 Km.
No sentía cansancio. Mi cuerpo tenía la levedad de una pluma y yo la fuerza de un ejército de hormigas.
Sin preguntar, fui eligiendo la ruta, hasta que llegué a un coqueto barrio residencial.
Otra vez la gente me miraba como me miraron los marineros del puerto...
Abrí la puerta de la casa como si ya la conociera, atravesé la planta baja hasta encontrar la escalera, apoyé mi silla, mi escritortio aún chorreante. Dentro de uno de los cajones entrabiertos alcancé a ver las facturas de la luz, el servicio de Internet, las de Telecom, las de cable televisivo, con sus respectivas fechas de vencimiento y vacíos los casilleros de las cifras adeudadas.
Coloqué la computadora completa sobre la tapa superior del mueble, la sequé con el camisón mojado, me pasé una mano por el cabello, alisé un poco la ropa y comencé mi camino cuesta arriba hacia el primer piso.
Las chinelas producían un chasquido resoplando chorritos de barro y formaron un evidente rastro como el que Hansel y Gretel pretendieron hacer con sus migas de pan.
La escalera terminaba en una hermosa e íntima recepción. A su izquierda, una puerta entreabierta colaba la voz grave de alguien que entonaba una canción romántica. Me llegaba al oído impresionándome tanto como al olfato el olor a azahares que provenía del lugar.
En el trayecto, mi ropaje se había secado. Dejé mis pantuflas al lado de la puerta, y la abrí más para ver quién era la dueña de la voz.
Una inmensa cama con altos barrotes de donde colgaban paños de tela etérea, presidía la escenografia
de la habitación.
Avancé en puntillas. Cuando pasé por frente de un espejo de generosas dimensiones, alcancé a verme de cuerpo entero. (No recuerdo en qué momento me había acicalado como cuando uno se prepara para una gran fiesta: con los mejores detalles. )
Ya casi a un metro de la cama, percibí con claridad la silueta de la cantante tras los visos del dosel.
El pulso palpitó con dulces golpes.
Me detuve cuando la mujer dejo de canturrear. Ella extendió su brazo hacia el lugar donde yo estaba de pie...
Corrió las tenues cortinas. Nos quedamos observánodnos durante unos segundos de tal silencio profundo que hasta se lo podía oír.Y después, con una sonrisa juguetona y ese brillo en la mirada extendió sus brazos sujetando un gato pequeño diciéndome: te estábamos esperando.
Ya con el gato recobrado no me preocupé por saber si quién lo devolvió fue un hada o una bruja.
FIN
PD.: Irene, lo siento el cansancio me llegó después y fue tan grande, que no tuve fuerzas para soportar el peso de tu minino.
Me podrías explicarme qué hacen mi computadora, mi escritorio, y mi silla prolijamente dispuestos en el mismo lugaar de siempre?

jueves, 17 de agosto de 2006

DE NIÑA



Era llegar a casa de la abuela y comenzar las estrategias para escabullirme hasta los cajones traídos desde Europa, Con olor a naftalina ganado a la lavanda. Y jugar que yo misma era una dama viviendo en en palacio con escudo al frente, torre arriba y enormes jardines rodeando. El sombrero pequeño con el velo de tul y motas, los guantes que me quedaban más largos que a su dueña, la estola gris de piel avejentada con la cabeza del zorro presta a morder con su boca el otro extremo y abrigarme...Y los adornos de azabache que colgaba desde el cuello, cruzaba por el pecho, luego era un cinto con su lluvia luctuosa hasta el ruedo. Por cada prenda que probaba, por cada afeite, daba una pequeña escapada delante de la gran luna del espejo, y en puntillas de pie para vigilar si la tertulia de los mayores continuaba... Volver, y ponerme como en el proceso de mayor cuidado y deferencia, los zapatos de gamuza con esos tacos altos y finitos y la pulsera circundando los tobillos. Las pulseras, los anillos, la cartera... Frente al toillete jugar con los polvos de la abuela y ese perfume frescoque... ... Si todavía no me lo puse,! Oh , es la abuela que ha entrado, me mira, me sonríe y una lágrima tiembla en cada uno de sus ojos claros

martes, 15 de agosto de 2006

Una historia como tantas

UN DÍA
Comienza el día, y con la extrañeza con que observamos a un desconocido que insiste en buscarnos la mirada, me veo en el espejo, y pienso en que ésa no soy yo.
Demoro la vista sobre la superficie de azogue, pero no logro reconocerme. Permanezco inmóvil frente a esa otredad... implacable, devolviéndome ojeras de repetidos insomnios y llanto acallados sobre la almohada.
Piel sin luz, amargos sueños juveniles muertos. La boca, un trazo inexpresivo.
Continúo perpleja hasta que el bullir del agua hirviente, sobre la hornalla cercana, se anuncia con el silbido metálico de la pava.
Me resisto a abandonar el tocador presa del maligno hechizo...
Huelo la leche que se derrama sobre el fuego al lado de la chillona pava; me conmuevo un instante, pero persisto en mantenerme inmóvil, escrutando la extraña reproducción de mi rostro.
Una voz imperiosa reclama el lugar para su dueño, mientras el puño demasiado susceptible golpea impertinente. Dejo el cautiverio del cristal. Vuelvo en mí, dormida autómata inexpresiva. Obligo a mi continente salir. El esfuerzo me resulta descomunal.
Percibo corpóreo y trajinado al desayuno, como si resistiese mi despertar. El líquido lechoso y caliente desciende hacia las tripas con dificultad. Un trozo de pan fresco golpea el interior de mi estómago con la pesadez de una roca que no cesa de perturbar en la mañana.
Con la sensación de estar ahogándome en un río turbulento, oigo sonidos pastosos, lejanos; tan conocidos como indescifrables.
Un impensado vértigo me estremece recorriendo la columna vertebral. Serpentea ascendiendo sibilino, devorándome los nervios. Lo creo culpable de este sopor de siesta veraniega en pleno invierno. El aturdimiento continuo me tiene sin Norte.
Percibo mi miedo: tiemblan las manos. Me miento y me busco argumentos convincentes: "tengo los brazos mal apoyados"... Intento recuperar el ritmo normal del pulso implorándole a mis pulmones el último esfuerzo: inhalo; el aire se desliza débil. Intento nuevamente. Sé que no son los pulmones los que no responden; la opresión es más íntima e insondable.
La silla en donde estoy sentada se hunde en el suelo de baldosas y mi cuerpo la acompaña sin poder despegarme del asiento. Quiero huir, pero como sucede en los sueños, las piernas no obedecen las órdenes neuronales.
Siento pánico... Un rumor de pasos y la fragancia penetrante que avanza, hacen que reconozca quién se acerca.
Él viene, está cerca.
Tiemblo. Tirito con una ininteligible conmoción. Él ya ha ingresado al comedor, y en su soberbia, no me registra. Narciso cree que está sólo y el mundo es para él.
Lloro con ausencia de gemidos. Sin poder disimularlo, empapo una servilleta de papel. La sedición instintiva por sobrevivir es ahora, como un rayo, potente impulso. Me separo de la silla y huyo, a pesar de la blandura de mis piernas y los indecisos pies.
Me refugio en mi cuarto. Una cama inmensa – la que fue nuestra – apenas acusa desorden.
Me siento ajena al lugar. Paso largos minutos de pie, con la sensación de no existir. Pasa el tiempo con su modorra cruel.
¿Lejos?, suena el teléfono. Conscientemente demoro en responder.
El pertinaz repiqueteo me exaspera. Crispo las manos al tomar el tubo. Desganada pregunto sospechando la respuesta:
_ ¿Quién es?
_ Del Colegio, señora. La Rectora pregunta si vendrá a dar sus clases.
_ Pero, ¿qué hora es?
_ Las 14,30. Ya ha pasado media hora...
_ Ya voy!... Ya voy! ... Gracias...
No recuerdo si me peiné, si cepillé los dientes... Sé que no me bañé ni planché la ropa; también estoy al tanto de la falta de maquillaje.
No peco de ignorancia: no corregí los trabajos de mis alumnos y es posible que los libros que llevo no sean los adecuados.
Salgo en razonable disparada.
La calle me advierte de la incipiente primavera. Los lapachos exultan su rosado distintivo. El cielo es un pacífico azul. Puertas afuera, me repongo.
Ya en el colegio, la rutina marcada entre timbre y timbre me devuelve a la vida con un caudal de adrenalina. Ajusto el ritmo propio al de la vida, reconociéndome y siendo reconocida. Allí cargo mis alforjas con el cariño que me toca.
Mi Rectora, cómplice, no se ha querido dar cuenta de la tardanza. Mis colegas me contienen con ánimo. Mis alumnos me azuzan en el aula.
Soy. Existo. Estoy viva, a pesar de los moretones en el alma... ("Carga tu cruz, y sigue tu camino"... , tiene sentido ahora.)
Me sorprende el timbre del regreso, y sobre mí se monta una lobreguez de cementerio mientras emprendo el regreso a casa. Ingreso a ella e instantáneamente recuerdo – como si lo hubiera estudiado de memoria – tan claro como si los estuviera leyendo, los versos que escribió Gustavo García Saraví en su poema El Pasado,VI
"Existe un sitio misterioso, al lado/ del recuerdo, cartas olvidadas, / las garúas, las rosas desolladas/ "responde "a este título: pasado, depósito de búcaros, hollado / serafín, urna de las campanadas. / Los "sucesivos hoy, / estas espadas / con filo, contrafilo y punta, el hado / incognoscible de mañana, suertes / "también bastante iguales a las muertes / de las tardes, no inciden en aquella eternidad, / aquella vida "oscura/ y resguardada, aquella larga huella / de la pasión, falseada sepultura."
Y me pregunto: ¿Por qué?, ¿Por qué?
Busco necesariamente mis somníferos. Apuro el vaso; vestida, me acuesto acurrucada a la orilla de la cama.
Rezo sin orden; reiteradas oraciones repetidas y en retazos. La somnolencia me anuncia que esta noche dormiré algo... " Ángel de la Guarda, dulce compañía..." Me "encaracolo": embrión doliente que piensa en mamá, que viene y la acaricia... Es la mamá jovial y llena de ternura. Me besa. Me sostiene entre sus brazos acunándome. Me vuelve a besar, y su calor me entibia como el chocolate de los días fríos.................
Entre sueños oigo a papi. Ha venido a cumplir su rito de mimos" vela la luz de la mesita, sobre ella deja mi golosina preferida, me observa enternecido, acomoda las sábanas y también me besa deseándome buenos sueños.
Mañana...mañana será otro día...

sábado, 12 de agosto de 2006

Amor que no prosperó




Insistía su mirada azulísima en mis pupilas.
Un mensaje indescifrable despertaba mis vergüenzas.
Como un misterioso material inflamable, aún vestida, sentí mis desnudeces.
Quedé atraída de inmediato.
El hombre era fino, elegante, con aire parisino, como el que yo conocí desde la cuna.
En este país ajeno, el argentino parecía ser mi puente a su cultura. Pero era una excusa, solamente, para tenerlo cerca, y dar vuelo a mi embeleso.
Lo veía con las botas lustradas, sus calzones ceñidos, la chaqueta aterciopelada de impecable corte, y ese jabot espumoso que le enmarcaba el rostro.
Había decido aceptarle su requerimiento en el baile de esta noche en casa de aquellos devenidos en patriotas, recientemente.
Temprano llamé a Gusichina que preparara mis sales olorosas y la tina con abundante agua de rosas.
En los ranchos del fondo, las negras se afanaban por alisar mis enaguas, acondicionar el miriñaque, lustrar la seda de mis moños. Canturreaban sin miedo, porque en casa de los Álzaga se les permitía siempre que no usaran los tamboriles... Eso estaba permitido para la fiesta de San Baltazar.
Gusichina se preocupó para que su niño se afanara con mis botitas blancas recién llegadas de París. El pequeño se asombraba contando los orificios por donde pasarían los cordones de seda. Me enternecía verle su cara mocosa haciendo gala de los últimos aprendizajes que yo le daba a escondidas...Su madre, le regañaba reclamándole que se callara o que al menos contara en sordina para que no se dieran cuenta los demás.
"La niña irá al baile esta noche... y a quién le dirá que sí"? _Me decía socarrona y tierna.
Yo le había hablado entusiasta sobre el General que tenía su propio periódico y que soñaba con hacer escuelas... Y bastó para que ella, en el mercado o en la plaza Mayor, o en las tardes de lavandería a orillas del Río, hiciera las averiguaciones sobre el apuesto militar. Todo me lo contaba. Era una alcahueta simpática a quién no podía callar fácilmente.
_ "Cuídese, mi niña". Dicen que es muy galante. Demasiado. Que ejerce una gran fascinación en las mujeres. Que las embruja. "Cuídese, mi niña...".
Me divertían las advertencias de la negra. A la vez que alimentaban mi ansiedad por escucharlo, conversar con él, y saber si era cierta tanta fogosidad endilgada.... Hasta se hablaba de que el hijo del matrimonio
X (Ni me animo a nombrarlo por temor a que me corten la lengua) en realidad es hijo de la hermana de la Señora con el General...
_ Más atractivo me resultaba el hombre.
Luego de la hora del té que bebí disimulando la ansiedad que me apuraba, y de negar con suavidad y firmeza las insistencias de Felicita y María Soledad para que coma las delicias que se habían preparado en la cocina, me retiré a mis aposentos.
Allí, preparé la mezcla de vinagre de manzanas que preservaba la blancura de mi piel y ayudaba a mantener la pequeñez de mi cintura.
Sobre la cama, fui colocando con ayuda de Gusichina y Elvira, El vestido rosa de tafetán de seda, cuidando que sus vuelos no perdieran la prolijidad de la plancha. A su lado, el corset interior que pondría encima de mi faja más interior aún, y que me ayudaría a levantar y unir los senos para que asomaran deliciosos por el escote insinuante del vestido. A continuación mis calzones plenos de puntillas, con sus piernas de encajes que llegaban hasta mis rodillas. Precedidos del miriñaque de cinco círculos que aseguraría la amplitud de la pollera y las cinco enaguas con volanteras.
Casi a los pies del dosel, las medias de fina seda blanca y las botitas parisinas.
Sobre el toillete, ya había dispuesto los polvos de arroz, los polvos colorantes, la barra de color para los labios, el kohol para los ojos que mi madre había comprado en Oriente, cuando su viaje con mi padre.
El Agua de rosas, los peinetones para los bucles, el mantillón de Manila, el abanico español, y los guantes etéreos..
Tras el biombo, la negra Guasichina me esperaba al lado de la tina llena de agua tibia. Me metí en ella cubierta con mi esbozo liviano, de liencillo de lino, para no ofender a la negra que se escandalizaba cuando al principio le aparecía desnuda. El baño no era lo mismo pero las costumbres en Buenos Aires tenían rarezas que no eran convenientes desobedecerlas.
Recibía complacida la catarata de agua que volcaba del aguamanil sostenido por Elvira, mientras Guasichina refregaba sobre la tela con un cepillo de cerdas blandas, las distintas partes de mi cuerpo.
En un momento, sentí una impresión fuerte, extraña, cuando pensé en el General. Junto con el arrebol de mis mejillas que podría haberse atribuido a la refriega y al vapor, se me erizaron las puntas de mis pechos sin poder disimular.
Vi las pícaras miradas de las negras, sin malicias, divertidas.
Me acicalaron como nunca.
Me vistieron con lentitud y hablando casi groserías que no hacían más que aumentar y repetir aquélla sensación en la tina.
El espejo me devolvía la imagen elegante y provocativa de una joven de quince años.
Me sonreí feliz y excitada.
El cochero me ayudó a subir a la volanta y mis dos negras me ayudaban a colocar los vuelos de manera correcta. Viajé tensa y tiesa, riéndome para mis adentros, nerviosa.
Bajé al palacio de los Ayerza precedida por dos negros de librea; franqueé la gran portada del salón, y percibí la sustancia del silencio que causé al aparecer. Fue breve, pero perceptible. Luego, la tertulia continuó hasta que el grupo musical se acercó hasta el clavicordio dando lugar al tecladista, mientras dos violines se disponían acompañar.
El baile abrió paso a los hombre para realizar los convites a las mujeres.
A metros, en el otro extremo del salón, lo vi venir, decidido, sobresaliendo su estampa de entre los demás.
Yo disimulaba mi interés bajando la mirada y arreglando la falda.
Me sofocaba la idea de escuchar su voz.
Ya a mi lado, me tomó la mano y me la besó a la francesa: esta pieza está decididamente dedicada a mí, verdad?
No me desplomé porque mi educación pudo más. Toleré la danza. Una nada más y fingiendo un mareo, me retiré al balcón donde estaban unas amigas.
Callé. No dije nada.
Pero, qué voz de pito, General!
Así, por oírlo, es que me desilusioné del General y sus galanterías dejaron de tener atractivo.
Pero sí. Inexplicablemente, el General Belgrano sostenía una fuerte fama de galán y seductor.


El rumor que todavía vive de que Belgrano era afeminado se creo a partir de su carácter demasiado amable, sensible, fino y delicado; contando también la voz aflautada, por no decir de pito.

martes, 8 de agosto de 2006

Norberta Calvento ve pasar a La Delfina


Norberta Calvento,
de negro renegrido.
Ni una lágrima que ruede,
ni un gesto de dolor.
¿Con qué sentimientos mira al cortejo,
_La lentitud de ese agravio
Que querelló su corazón_?

Norberta Calvento,
novia de siempre
Sumida en su interior.


Norberta Calvento mira
Pasar al invasor:
Muerta la infamia

Leve sonrisa dibujada,
Para la espina en su alma.
Dieciocho años de sopor.

Se dijeron muchas cosas,
Se dirán otras tantas
Acerca de ellas dos.

Ella se sabe blanca,
Enamorada,
A pesar de la traición.

...Pancho ya había muerto;
La otra, hoy en el cajón.

Ella, sola, en su blanca ilusión.

...Cuando murió Norberta,
Vistió de blanco
Como las novias puras
Con el vestido que nunca usó.

lunes, 7 de agosto de 2006

Alguna vez escribí:

Confieso que te amo;
es entonces que te dejo
para que vuelvas y compruebes
que sigo aquí
esperando tu regreso

El tiempo ha pasado. El regreso se produjo y llegó para confirmar la regla "Nunca segundas partes fueron buenas".

Nunca sabré si fue una segunda oportunidad que ofrecí o que me dí.
Hoy, tengo la certeza de que el sentimiento continúa pero la razón promueve un NO rotundo al reencuentro.

jueves, 3 de agosto de 2006

Cecilia

















Les presento a Cecilia, en su segundo día de vida.
Las palabras huelgan, al menos para mí.

Poco a poco iré a visitarlos en sus blogs para ponerme al día con lo publicado y hacer los comentarios, si puedo, en cada uno de los artículos que me perdí en estos días de ausencia.
Un abrazo para todos.