martes, 15 de agosto de 2006

Una historia como tantas

UN DÍA
Comienza el día, y con la extrañeza con que observamos a un desconocido que insiste en buscarnos la mirada, me veo en el espejo, y pienso en que ésa no soy yo.
Demoro la vista sobre la superficie de azogue, pero no logro reconocerme. Permanezco inmóvil frente a esa otredad... implacable, devolviéndome ojeras de repetidos insomnios y llanto acallados sobre la almohada.
Piel sin luz, amargos sueños juveniles muertos. La boca, un trazo inexpresivo.
Continúo perpleja hasta que el bullir del agua hirviente, sobre la hornalla cercana, se anuncia con el silbido metálico de la pava.
Me resisto a abandonar el tocador presa del maligno hechizo...
Huelo la leche que se derrama sobre el fuego al lado de la chillona pava; me conmuevo un instante, pero persisto en mantenerme inmóvil, escrutando la extraña reproducción de mi rostro.
Una voz imperiosa reclama el lugar para su dueño, mientras el puño demasiado susceptible golpea impertinente. Dejo el cautiverio del cristal. Vuelvo en mí, dormida autómata inexpresiva. Obligo a mi continente salir. El esfuerzo me resulta descomunal.
Percibo corpóreo y trajinado al desayuno, como si resistiese mi despertar. El líquido lechoso y caliente desciende hacia las tripas con dificultad. Un trozo de pan fresco golpea el interior de mi estómago con la pesadez de una roca que no cesa de perturbar en la mañana.
Con la sensación de estar ahogándome en un río turbulento, oigo sonidos pastosos, lejanos; tan conocidos como indescifrables.
Un impensado vértigo me estremece recorriendo la columna vertebral. Serpentea ascendiendo sibilino, devorándome los nervios. Lo creo culpable de este sopor de siesta veraniega en pleno invierno. El aturdimiento continuo me tiene sin Norte.
Percibo mi miedo: tiemblan las manos. Me miento y me busco argumentos convincentes: "tengo los brazos mal apoyados"... Intento recuperar el ritmo normal del pulso implorándole a mis pulmones el último esfuerzo: inhalo; el aire se desliza débil. Intento nuevamente. Sé que no son los pulmones los que no responden; la opresión es más íntima e insondable.
La silla en donde estoy sentada se hunde en el suelo de baldosas y mi cuerpo la acompaña sin poder despegarme del asiento. Quiero huir, pero como sucede en los sueños, las piernas no obedecen las órdenes neuronales.
Siento pánico... Un rumor de pasos y la fragancia penetrante que avanza, hacen que reconozca quién se acerca.
Él viene, está cerca.
Tiemblo. Tirito con una ininteligible conmoción. Él ya ha ingresado al comedor, y en su soberbia, no me registra. Narciso cree que está sólo y el mundo es para él.
Lloro con ausencia de gemidos. Sin poder disimularlo, empapo una servilleta de papel. La sedición instintiva por sobrevivir es ahora, como un rayo, potente impulso. Me separo de la silla y huyo, a pesar de la blandura de mis piernas y los indecisos pies.
Me refugio en mi cuarto. Una cama inmensa – la que fue nuestra – apenas acusa desorden.
Me siento ajena al lugar. Paso largos minutos de pie, con la sensación de no existir. Pasa el tiempo con su modorra cruel.
¿Lejos?, suena el teléfono. Conscientemente demoro en responder.
El pertinaz repiqueteo me exaspera. Crispo las manos al tomar el tubo. Desganada pregunto sospechando la respuesta:
_ ¿Quién es?
_ Del Colegio, señora. La Rectora pregunta si vendrá a dar sus clases.
_ Pero, ¿qué hora es?
_ Las 14,30. Ya ha pasado media hora...
_ Ya voy!... Ya voy! ... Gracias...
No recuerdo si me peiné, si cepillé los dientes... Sé que no me bañé ni planché la ropa; también estoy al tanto de la falta de maquillaje.
No peco de ignorancia: no corregí los trabajos de mis alumnos y es posible que los libros que llevo no sean los adecuados.
Salgo en razonable disparada.
La calle me advierte de la incipiente primavera. Los lapachos exultan su rosado distintivo. El cielo es un pacífico azul. Puertas afuera, me repongo.
Ya en el colegio, la rutina marcada entre timbre y timbre me devuelve a la vida con un caudal de adrenalina. Ajusto el ritmo propio al de la vida, reconociéndome y siendo reconocida. Allí cargo mis alforjas con el cariño que me toca.
Mi Rectora, cómplice, no se ha querido dar cuenta de la tardanza. Mis colegas me contienen con ánimo. Mis alumnos me azuzan en el aula.
Soy. Existo. Estoy viva, a pesar de los moretones en el alma... ("Carga tu cruz, y sigue tu camino"... , tiene sentido ahora.)
Me sorprende el timbre del regreso, y sobre mí se monta una lobreguez de cementerio mientras emprendo el regreso a casa. Ingreso a ella e instantáneamente recuerdo – como si lo hubiera estudiado de memoria – tan claro como si los estuviera leyendo, los versos que escribió Gustavo García Saraví en su poema El Pasado,VI
"Existe un sitio misterioso, al lado/ del recuerdo, cartas olvidadas, / las garúas, las rosas desolladas/ "responde "a este título: pasado, depósito de búcaros, hollado / serafín, urna de las campanadas. / Los "sucesivos hoy, / estas espadas / con filo, contrafilo y punta, el hado / incognoscible de mañana, suertes / "también bastante iguales a las muertes / de las tardes, no inciden en aquella eternidad, / aquella vida "oscura/ y resguardada, aquella larga huella / de la pasión, falseada sepultura."
Y me pregunto: ¿Por qué?, ¿Por qué?
Busco necesariamente mis somníferos. Apuro el vaso; vestida, me acuesto acurrucada a la orilla de la cama.
Rezo sin orden; reiteradas oraciones repetidas y en retazos. La somnolencia me anuncia que esta noche dormiré algo... " Ángel de la Guarda, dulce compañía..." Me "encaracolo": embrión doliente que piensa en mamá, que viene y la acaricia... Es la mamá jovial y llena de ternura. Me besa. Me sostiene entre sus brazos acunándome. Me vuelve a besar, y su calor me entibia como el chocolate de los días fríos.................
Entre sueños oigo a papi. Ha venido a cumplir su rito de mimos" vela la luz de la mesita, sobre ella deja mi golosina preferida, me observa enternecido, acomoda las sábanas y también me besa deseándome buenos sueños.
Mañana...mañana será otro día...