martes, 26 de junio de 2012

Dos caballeros

   Dos caballeros sentados a cada lado de la cama. La mujer agoniza. Sabe que en ellos hay una reverencia especial. El de la izquierda le toma la mano transmitiéndole su calor. La aprieta fuerte, como aprieta sus labios y sus párpados.Su amor despertado en una pieza de hotel, su vestido de cristal anaranjado quitado con deseperación, el miedo en sus ojos, el no saber qué y cómo; la inocencia en esas pupilas grises apenas descubiertas entre negras pestañas, y en los labios inexpertos , suya suya suya suya suya. No le alcanzaron las manos, ni el acople perfecto, ni la respiración acompasada, ni el pequeño gesto de dolor, ni el sentirse dueño de su territorio que olía a jazmín y almizcle, ni su espuma derramada, ni el tiempo, ni el ruego posterior, ni las ausencias, ni el continuo silencio, ni el rechazo inexplicable.
   El de la derecha le aferra tembloroso su otra mano, pálida, exangüe. Le recorre con suavidad la línea del brazo, se inclina hacia ella, le acerca su aliento,insuficiente. "Faltan horas, minutos", dijo el médico...La recuerda vestida de blanco,como lo quieren los ritos y las madres y las abuelas.Y en la noche cuando fue suya suya suya suya suya suya. Aprendió a quererla en su mutismo y en sus nanas inaudibles cuando hamacó a sus hijos.La quiso en esa imprecisa ausencia, en ese halo de sutilezas, de frágiles suspiros, La reverenció en ese callado pasar de los años, trajinando la casa con la levedad de un ángel.Le gustaba mirarla mientras despeinaba las torzadas de su cabellos, multiplicada su belleza frente al espejo . Ella tenía una sensualidad delineada en la sonrisa ,calentada en la lengua, escanciada en los ojos grises, en esos párpados oscuros marcados por  viejas tristezas, en el pendular movimiento de los pechos, en la armónica cadera , en el ombligo profundo y pequeño, en sus largas piernas, en los pies de caminar sublime. Sabía acariciarlo y ofrecérsele con una entrega absoluta. Se amaban en largas noches, y en horas de luminosidad plena, con la misma intensidad.Fue envejeciendo a su lado. Una vejez recoleta y resignada en las horas de jardín.El ocaso le sentaba tan bien como los amaneceres y los mediodías.
Ambos hombres, pendientes de los ritmos del desenlace, abarcados por los recuerdos intensos, endulzados por el amor que le profesaban, tensaron al unísono la atención sobre la respiración que fue haciéndose menos audible, preanunciando el final. Ambos se estremecieron al percibir una suave presión en sus manos y la inmediata laxitud de la partida.
Se miraron con una mirada que hablaba y silenciaba. Avanzaron sus dedos hacia los ojos. Uno le cerró el izquierdo, el otro deslizó los párpados del derecho y quedaron agobiados por la pena: la misma pena.
Enfermeros médicos, un sacerdote,rompieron la intimidad del momento y más tarde los oficiantes de la muerte.
El día del entierro, encabezaron el desfile tomando con autoridad, los primeros puestos en el tiraje del féretro oloroso de caoba y plomo.Uno el derecho ; otro el izquierdo.
Una vez sepultada,el de la izquierda dejó un ramo de rosas rojas, junto a sus lágrimas. El de la derecha, una corona de rosas blancas y el estremecedor mutismo del llanto contenido.
Salieron los últimos. Uno tomó rumbo al portal Sur, otro el del portal Norte.
Los demás deudos no se sorprendieron cuando al mismo tiempo, dos estampidos de revólveres se mezclaron en los aires venidos desde los dos extremos cardinales.


1 comentario:

Trini Reina dijo...

Me ha parecido magnifico el relato. Por lo cual te felicito.

Es lo que tiene ser caballero, que no pueden ignorar el honor. Qué atraso, con lo bien que iba todo y lo feliz que ella moriría al verse escoltado por los dos hombres que amó. Pero claro, ante ella eran hombres; ante la sociedad, caballeros y me callo lo que de ellos pienso yo.

Besos